Mi confesión
Hoy me he levantado para ir a correr como todas las mañanas y, de repente, me he dado cuenta de que lo que me apetecía era andar. Caminar mucho rato entre el verde.
Durante la caminata me he preguntado cuántas cosas hago cada día porque “debo” en lugar de porque quiero.
Hace no mucho tuve una conversación con una amiga en la que hablamos precisamente de esto: de las cosas que hacemos por obligación, de las opiniones que callamos porque no están bien vistas, de los hechos que aceptamos porque esa es la norma no escrita.
Me he pasado mis treinta años de vida mirando hacia otro lado cuando algo que me afectaba (de forma personal o profesional) me hacía daño o no me gustaba. He callado y tapado muchísimas veces muchísimas disconformidades, pero dejé de hacer, decir y aceptar ciertos hechos hace un tiempo.
Me armé de valor (porque hace falta valor para salirte de la línea) y me propuse hacer más desde dentro y no tanto hacia fuera.
Sin embargo, aunque creo que he avanzado algo, sigo contradiciéndome a mí misma en algunas ocasiones.
Me decía mi amiga que una de las cosas que lleva peor es el tener que justificarse cuando no quiere hacer algo. Lo comparto absolutamente.
Parece que necesitemos una excusa para respetar lo que deseamos o no deseamos hacer o decir.
Durante el confinamiento, me harté de leer artículos y copys que pronosticaban una manera diferente de hacer. Muchos señalaban que, tras unos meses atípicos en casa, aprenderíamos a hacer las cosas de otra manera. Más sentida, más respetuosa, más lenta.
Me temo que aún falta mucho para llegar a eso. No obstante, me alegro de haberme dado cuenta de lo que estoy haciendo y de lo que no porque, al fin y al cabo, solo cuando uno toma conciencia puede optar al cambio. Por eso reivindico, a mi manera, la opción de hacer las cosas de otro modo. Al revés o desde la derecha hacia la izquierda.
Reivindico poder decir que no a una propuesta que no convence.
Reivindico el derecho a cambiar de opinión.
Reivindico el saber anteponer mis prioridades.
Reivindico el querer decir basta y hasta aquí.
Reivindico la marcha lenta.
Reivindico el poder tomarse un tiempo.
Reivindico redescubrirnos las veces que sea necesario.
Y, sobre todo, reivindico el derecho a equivocarme, a decir que sí cuando quiero decir que no y no juzgarme ni castigarme por ello. Al final, estoy en mi camino, que será tan largo como dure mi vida. Y en él aprenderé, creceré y floreceré.